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El pliegue como forma de existencia

  • Foto del escritor: Karla Silva
    Karla Silva
  • 10 oct
  • 2 Min. de lectura

En El pliegue. Leibniz y el Barroco, Gilles Deleuze propone una idea que me atraviesa profundamente: el pliegue como metáfora de la existencia. Para él, la realidad no se compone de líneas rectas ni de dualidades cerradas, sino de infinitas ondulaciones donde la materia y el alma, lo interior y lo exterior, se entrelazan en una continuidad perpetua.


Mi práctica parte de esa noción. Al trabajar con fragmentos —vidrio, piedras naturales, mallas metálicas— busco revelar esas zonas donde lo material se dobla sobre sí mismo y deja entrever su interior energético. Cada fragmento que recojo, corto o integro contiene su propio pliegue: una tensión entre lo que fue y lo que se transforma.


El pliegue, en mi obra, no es solo un gesto formal. Es una forma de pensar el tiempo. Lo que se pliega no desaparece, permanece en otra capa. Así, los materiales que utilizo —tocados por la erosión, por la vida y por la historia— se convierten en superficies donde el pasado no muere, sino que se vuelve materia viva del presente.


Deleuze decía que plegar es integrar lo infinito dentro de lo finito. Esa frase resuena en cada una de mis piezas. Cuando una piedra, un vidrio o un fragmento de metal se une a otro, se produce una expansión del sentido: una especie de respiración entre lo que aún vibra y lo que ya se ha transformado.


Mi trabajo con los pliegues no busca reconstruir lo roto, sino reconocer la energía que persiste en la ruptura misma. En cada fragmento hay una historia, pero también un potencial. Lo que parece fragmentado guarda una totalidad invisible, un orden interior que no necesita ser restaurado para existir.

El mosaico y el ensamblaje, en este contexto, se vuelven más que técnicas: son actos filosóficos. Al reunir fragmentos dispersos, dialogo con esa idea deleuziana de continuidad infinita —un cosmos de pliegues donde todo lo que ha sido permanece, vibrando en otras formas.


En el fondo, trabajar con pliegues es una manera de pensar la vida: no como una línea recta, sino como una sucesión de transformaciones. Cada obra es un intento de mostrar que la materia, como el alma, nunca deja de plegarse, de expandirse, de transformarse.


El tiempo no pasa: se pliega.

Cada capa de materia guarda la energía de lo vivido,

un movimiento que no termina, sino que se transforma.


En estos pliegues, el cuerpo y la tierra respiran juntos.

La memoria se vuelve forma,

la energía, superficie.


Todo lo que fue, persiste —

habitando el espesor del presente.


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